Desde el tacín, acomodado a la entradita del soberado, una gallina carioca, saratana por más señas, y con pinta de ser chilena y calzada, después de dar unos pocos aletazos, cayó al patio, levantando polvo y haciendo alboroto con su cacareo, cosa que despertó al mayor que, cerrados sus ojos pequeños y medio lagañosos, soñaba en tantas cosas que fueron la razón de ser de su vida, ahora llegando al final, apoyándose a un bastón hecho de bejuco, del propio, de ese de hacer verraquillos, cogido a la orilla del camino de Barbacoas, allá lejos, lejísimo, cuando era joven y, a la par, se movía con la recua.
Juan, así se llamaba el mayorcito, volvió a retomar el hilo de sus recuerdos; y, como si fuera una proyección en el fondo de su cerebro, veía su pasado. Recordaba que era un niño; pata al suelo; con ropón que le cubría en parte su cuerpo para no andar pirlingo, y que le facilitaba para hacer sus necesidades donde le agarraba. Recordaba a su mama Filomena, que no era su mama, porque su propia mamita había muerto a los veinte días de nacido. Que jodido haberse criado con misia Filomena, su hermana mayor; y, más jodido, cuando su hermana se casó con un Revelo, un tondolo, medio guandumbas, que no quiso saber nada del niño, por lo que la criatura tuvo que apegarse a su madrastra, misia Dioselina ánima bendita, que Dios la tenga en su reino, pero que la leña no le merme- Se le venía a la mente al anciano, cuando ya era maltoncito, pipón, mocoso y pasposo. Cuando ya se ponía calzón de bayetilla, por más señas comprado a esos naturales de Cumbal. Cuando ya usaba poncho, con olor a monte, a borrego y a caca de guagua tierno. Cuando su sombrero dejaba pasar por un costado, esos pelos tiesos, puyosos . mezcla de sudor, de lodo, por mojarse en el vado del río Carchi, su río: canto y espejo; alcahuete y frío, no frío, helado, porque cuando se metía en él, sus pelotas no las sentía. Claro, a pesar de estos adelantos en su vestido, sus pies seguían pegados al suelo; los talones rajados es que la tierra negra es brava- y tan rajados, que parecían esas ocas endulzadas al sol y que eran un verdadero manjar al comérselas con una escudilla de leche de vaca negra , changado la tulpa, en donde ardían esas ruedas de majada seca de ganado. Cuando de los talones rajados le vertía sangre, lo mejor eso le había enseñado su hermana Filomena- era hacerse mear a putas, eso si ardía- pero lueguito: qué rico, qué alivio, si era como comerse ocas dulces con un mate de leche postrera.
Talvez tendría ocho años, porque su papá, el alambiquero Arcenio, eso le decía, después de contar en los dedos. Y recordaba que a esa edad, su papá la había cagado a misia Dioselina, y como la vieja era maldita madrastra, pis, madrastra- él, guagua de ocho años, pero ya tiecito, le pasaba un cuchillo de la cocina, para que le sacara la mierda, como había visto hacer a los puercos cuando los pesaban, para hacer morcillas y fritos.
Ahora otra vez la carioca. Ahora cacareaba porque quería subirse al tacín, trepándose por un hurgunero que servía para el efecto.
-Esta culeca puñetera- Pensó don Juan, volviéndose a refundir en su pasado. Es que recordar es vivir, qué putas.
Había ajustado los doce años. En el juego de pelota, oía que esos bámbaros de los pupos están armándose para declarar la guerra a los godos. El era godo, porque hasta su poncho era azul. No entendía bien como era el enredo. Escuchaba que desde Colombia venían combatientes. Que Lucio Velasco; que Julio Arboleda; que el Obispo Shumaker; que los batallones: Imbabura, Casavianca, Alvión, los Arracacheros; que la banda de la Guaneña, en fin. Lo que recuerda es que resolvió irse a la guerra, y antes que volverse un héroe, lo que le animaba era librarse de la madrastra. A escondidas cogió una sábana; se la envolvió en la cintura y, al grito de: viva el partido conservador, carajo, se marchó, sin pedir la bendición a don Arcenio, el alambiquero de los Espíndolas.
–Las pesetas esterillas ya perdieron su valor,
arriba el partido godo, abajo el libertador-
Alrededor de un fogón, hecho de chagualqueros y picllos secos, atizado de chamiza de chilca y de cerote, un grupito de combatientes curuchupas, escuchaban cantar a un tipo flaco solo andamio- con barbas de perro molinero y con alpargates de labor entera, acompañado de una vigüela ahumada, destemplada y falto la prima. Su voz, desafinada y aguardentosa, soltaba coplas alusivas al asunto. Después de cada copla venían los gritos, las palmoteadas y el sorbo de chancuco, traído en perras desde Pusir.
Sería el olor a pólvora, o tal vez el taco de chancuco, pero lo cierto es que a Juan se le iba despertando el patriotismo y el deseo de que amaneciera ligero para hacer ver su brazo y su puntería.
-Esos juaputas de los radicales dizque tienen montado un cañón en la loma del panteón viejo-
-Hay que cuidarse porque esos maricas llevan a los prisioneros a encerrarlos en esa casa grande, de tapia, al costado de la Matriz-
-Bendito sea Dios, que el padre Herrería y el padrecito Santelí, dizque dan los responsos a los heridos en combate- Estas y otras cosas, comentaban los viejos abrigándose con el rescoldo de los chaguarqueros
A la aurora, cuando los gorriones despertaban con su canto, Juan se levantó y, después de rascarse con fuerza y con gana la cabeza, se arremangó los calzones; se ajustó la faja de lana, bordada con flores y con versos; tomó su Coplacher, lo limpió con una esquina del poncho, y…. listo.
Como tostado sonaban las descargas de los fusiles. Sería del miedo o del calorcito del fogón, pero algo calientito le bajaba por la entrepierna, cuando , a más de los disparos, oía el grito de: avaaancennn…¡. Viva el partido conservador¡ . Abajo los masones.
De pronto, un compañero cae herido. La Guaneña tocaba más duro. Adiós nervios. El valor se volvió temeridad… Recordaba que el patojo Zoilo y el Sixto lo agarraron para que no saliera de la zanja que le servía de trinchera.
-¡Sueltemen, yo los mato a esos chuchas-¡
-No me cojan, porque esos maricones no pueden matar a mi amigo, carajo¡
Que porrazo de muertos. Cuántos heridos. Unos liberales. Otros conservadores. Hecho guango, paichados, yacían sobre los canjilones del callejón. Uno gritaba que le den agüita para calmar la sed que lo devoraba. Otro, volado la mandíbula y cogido las tripas con la mano, agonizaba lentamente. Veía, como si fuera ayer, que en una casa abandonada del ragro Francisco, amontonaban los cadáveres. Esa casa estaba en la Ensillada, arribita del Pijuaro. En ese guango de muertos no había distingos políticos. Todos estaban tiesos y desencajados. Recordaba al general Escandón, con su imponente presencia. Recordaba al capitán Juan José Parménides que, montado en un caballo bayo, medio chapín, con las manos atadas a la espalda y con las botas llenas de sangre, era llevado prisionero. Qué hombre. si no me matan- pensaba, -cuando sea grande y me case con alguna chiquilla donosa, a mi primer hijo varón, le he de poner, Juan José Parménides.
Un suspiro profundo le rebotó en el cuadril y le correspondió a la paleta, volviéndolo a la realidad.
Qué brutalidad de combate, pensaba. Cuántos años será de eso?. Pero si Tulcán era un pueblito de casas de paja y bahareque. La calle Real, larga y de tierra, con tapiales y ortigas a los lados y una que otra puerta de golpe, que servía de gulumbio a los chiquillos alborotistos. La plaza, donde lo fusilaron al Carapaz, era el juego de pelota. La única casa de teja estaba en la plaza. Dicen que había sido cuartel y dicen que, a la oración, desde un algibe que estaban cavando en un patio interior, salía el diablo en una mula pajarera y alunada..
Qué distinto ahora. Tulcán es un pueblo grandote; con agua; con luz; con ese aparato chiltero que le dicen radio. Con más bulla que en la guerra de los Arracacheros.
Otra vez la carioca culeca. Don Juan, haciendo un esfuerzo, se levantó del poyo y, con su bastón de bejuco barbacoano, la siguió a la carioca para que dejara de cacarearle en la oreja.
-Lo que es la política tonta- pensaba Juan.- Resentirme con el Julio Tigre y con el Ubaldino, solo por los partidos… qué bruto..¡
Su pensamiento se esfumó, al escuchar que desde la puerta de la cocina, su mujer, misia Eloísa, le llamaba a tomar el café de chuspa con tortillitas de tiesto.
Un post del Licenciado Delacroix
Solo puedo decir que está extraordinario.
“Es que recordar es vivir, qué putas”
Bacansísimo. Felicitaciones al Lcdo. Delacroix.
Tuve que reelerlo, insisto: está excelente.
como siempre el Licen, bien inspirado ,no me canzo de leer sus cuentos carchenses
Gracias por contarlo. Hermoso ensayo. Mi abuelo (liberal) peleó ahí. Y su hermano (conservador) murió en esa lucha.
hola amigo como estassolo quiero decirte que la pases bien en el colegio y en tus examenes bye cuidate chau