Sencillamente me encanta el interpretar la guitarra. Me tocan la tecla cuando me proponen hacer música. Cuando canto me agrada hacer la segunda voz y la primera guitarra. Podría amanecerme sin problema. Es falso, lo afirmo, que el serenatero y guitarrero es un toma trago de oficio.
Desde niño ya sentía el vibrar de las cuerdas en mi ser, puesto que mi padre y mi abuelo le hacían al bandolín y a la guitarra. No había cosa más interesante que ver y oír a los dos viejos inundando el ambiente con sus pasacalles, sanjuanitos, pasillos o música colombiana. Realmente no tengo idea desde cuando empecé a rasgar la vihuela, pero si recuerdo que , cuando colegial, ya daba serenatas, y con Germán éramos el dúo de cuerdas en los programas radiales de los jueves por la noche, en plena calle Bolívar, en el antiguo edificio del Sindicato de Choferes. Nuestro profesor dirigente era un mono, el ingeniero José Muñoz. El nerviosismo y la emoción de ser presentados ante el micrófono de Radio Rumichaca, por don Efraín Cabezas maestro respetable de la locución- hacía que deseáramos que los jueves llegaran pronto. Ni el licor, peor el cigarrillo, eran elementos que necesitábamos, ni en repasos ni en presentaciones; a lo mejor por ello, mi padre, y más aún mi abuelo, nunca me limitaron el practicar el canto y la guitarra.
Bueno, esto como una especie de motivación, ahora voy al grano.
Hace unos días en el mercado San Miguel, saludé a una señora cargada con más años de los que efectivamente tiene. Su cabellera blanca. Sigue siendo morena, pero la gracia que tenía de jovencita, ha desaparecido por completo. Mirándola así, no comprendo cómo es que me gustaba; pero valió la pena el mirarla, porque ello ha despertado el deseo de relatar esta vivencia.
Cuarto Curso del Colegio. De memoria unos cuantos versos de Bécquer, poesía sabrosa, al decir de mi maestro de literatura, el Dr. Orbe, los recitaba a cada momento.. El amor comenzaba a hacer sus pininos, y supongo que por ello eran los suspiros profundos que me arrancaba una negrita del barrio, de cabello medio ondulado; de una cinturita que hacía que todo su cuerpo se balanceara al caminar.
Me parecía preciosa la vecina, más aún, cuando bajaba a llenar agua del chorro de las preñadillas. Me esmeraba en ayudarle. Mis amigos de barriada ya sospechaban que andaba camote, y eso me incomodaba. Ya no me gustaba ir a nadar al Puetate, peor salir a matar pájaros o a robar choclos. Todo me aburría y únicamente cambiaba mi genio, cuando veía a la vecinita, aunque fuera de lejos.
Mi compañero de clase, el Castor, me prestó un libro extraordinario, increíble: El secretario de los amantes. En el índice se registraba todos los modelos posibles para escribir cartas de amor , o para declararse a la mujer de quien se suponía estar enamorado. Ese libro fue lo máximo para mí: busqué el texto de la declaración más adecuada y comencé a memorizarla.
Una de las piezas del piso inferior de nuestra casa, estaba arrendada a los guardas de estancos y de aduana. Ellos ocupaban su tiempo entre extorsionar a los cacharreros, jugar voley o tomar trago, comprado en la cantina de don Segundo Chengue.
Uno de esos días, en que mi afán de conquistar a la chiquilla navegaba viento en popa, llegó un guarda que era inútil para el voley, poco aparente para la extorsión, pero maestro para el chupe. Pasaba todo el día mamado. Al hablar tenía el dejo de colombiano, porque decía haber trabajado en Pasto, mijo.
De entre los guardas, algunos de ellos puendos, no faltaba alguno que tocara la guitarra; así que el amigo, con dejo de colombiano, hizo conocer sus habilidades en el canto y lo hacía muy bien- interpretando un bolero de J.J. que estaba de moda: De cigarro en cigarro. Y lo cantaba con el alma, mirando siempre al remedo de ventana de la casa donde vivía la vecina que me quitaba el sueño. A lo mejor la presencia del guarda, que ya era todo un hombre, mientras que yo, apenas un colegial. Tal vez el sueldo que él ganaba, o quizá su hablar que, para qué le cuento, Ave María Santísima. Lo cierto es que la vecina ya no me miraba siquiera, porque el acolombianado la había conquistado.
Me resisto a creer, pero fue verdad: lloraba, y entre lágrimas y sollozos, acompañado de mi guitarra, cantaba: por qué te conocí, si no habías de ser mía…. etc.etc.
Ese otro día, cuando la saludé en el mercado San Miguel, me dije: los hombres también lloramos… y por pendejadas.
Un post del Licenciado Delacroix
F es muy afortunado por tener un padre como el Licenciado.
Phantasma.. gran historia, perodon por no ir a tus tierras, pero es problematico ordenr el sistema y las cosas pa hacer. es jodido.
Un abrazo
como siempre el Lic. se pasa ,con esta página los carchenses somos más universales…….. (cuando invitaràn al trilladero ?
Música arte que alegra los corazones y enaltece el alma.
Me he reído mucho con eso de “los hombres tambíén lloramos… y por pendejadas” jaja.
Debe ser hermoso poder plasmar de alguna forma la afición y el talento, en este caso por la música.
Nuevamente gracias por el CD que nos recuerda nuestra tierra.
La manera en que mido mi grado de estupidización por una pelada es cuando igual me pongo a tararear Rancheras y se me hace un nudo en la garganta alli es cuando me doy un autopuñete en la mandibula y luego que me pasa el noKaut me dispongo a disfrutar de la solteria buenos post Licen saludos
Que pena que ahora las serenatas se consideren “ridículas”.
Yo creo que los que piensan así es porque en su vida han aprendido a tocar un instrumento musical y de cantar ni pío.
Peor pensar en una peña…
Siempre es un gustazo leerlos!
Saludos.
eres genial eres una persona con muchos anelos sige asi
por error cai a este foro…y la verdad desde la primera line me atrapo…hasta con la retralimentacion de los foristas me encanto lkeerlos..seguro regresare..pues me llevo buenos conceptos…..un saludo foristas