¡ Atención, unidad móvil…… Conecte…… accione…. al aire…!- Y toda la gente, en las oficinas, en los taxis, en los mercados, en la calle, sintonizada la Emisora Gran Colombia, en cadena con Ondas Carchenses, escuchaba sin perderse el mínimo detalle, la transmisión de la vuelta ciclística al Ecuador. La transmisión se la escuchaba en movimiento y desde la carretera, que es lo importante.
Para ese tiempo, “Epoca de Oro del deporte del pedal en el norte ecuatoriano, una vuelta ciclística era el evento máximo esperado por todos. No había ciudadano de la provincia del Carchi que no supiera de memoria los nombres de sus ídolos; que el Achupallero; La Ardilla de la montaña; El Cóndor de los Andes; El Lobo; El Buey; el Negro Imbacuán; El Padilla; El Madruñero; El Gualagán, etc. Realmente rozaba con el fanatismo la afición al deporte, en el que el caballito de acero, era el recurso primordial para el triunfo, el mismo que debía ser Monarck o Vitus, pero siempre acampañolado.
Un árbol del parque principal de Tulcán, se fue al suelo para rendir su homenaje a los ciclistas coronados con laureles, según la expresión de don Gilberto, orador y poeta. Claro que el árbol era viejo y no soportó el peso de los curiosos por mirar de cerca de los campeones..
Los locutores de Gran Colombia, La voz deportiva de la Capital, contratados por don Eduardo Cevallos Castañeda el Mocho- se esmeraban en emular a los grandes narradores de las vueltas a Colombia. Para el Lito, Edgar Villarroel, el Gato Zambrano, el Luky Caicedo, los colombianos: Carlos Arturo Rueda C., Alberto Piedrahita Pacheco, Héctor Urrego Caballero, Julio Arrastría , eran sus maestros y a ellos había que imitarles. Es que en Colombia el ciclismo ha sido el deporte fuerte, desde la época de Ramón Hoyos, Pajarito Buitrago, Cochise, el Jardinerito Lucho Herrera, y toda una pléyade de astros de la bicicleta.. El Carchi, provincia vecina, siguió sus huellas. La gente se mostró siempre solidaria y colaboradora, a tal punto de mitificar a los deportistas que pusieron muy en alto los colores de este suelo.
En el Carchi se paralizaban las actividades para escuchar la transmisión de las etapas.
-Atento…. atento….. atento…. atento….. por favor darme un comprendido….- Era la retahíla de los locutores del transmóvil de Gran Colombia.. Por más que doña Leonor, administradora de la Emisora, se esforzaba con sus gritos en tratar de que el ingeniero – Cesitar Maldonado dirigiera bien la antena para salir al aire, no se podía conectar, y continuaba la cantaleta: atento… atento… atento.
El asunto era grave y preocupante, porque se debía devengar lo que las firmas comerciales habían contratado para su publicidad; sin embargo, a veces la alegría era inmensa cuando las repetidoras portátiles colocadas en alguna loma, hacían el milagro de sacar la señal al aire. Cañón….. cañón!, gritaba en el estudio don Eduardo.
-¡Leíto, Leíto, al terminar la etapa, lleve al personal al hotel La Herradura, es el mejor de Bahía, porque la transmisión está saliendo cañón… cañón- instruía por interno el jefe.
No todas las cosas salen siempre de lo mejor. Aquella etapa, que en esa ocasión finalizaba en el precioso balneario de Bahía, ampliamente fue transmitida; y si la transmisión fue excelente, más aún fue el trato que doña Leo dio al personal, a tal punto que los locutores de planta, se pasaron de copas. Doña Leo, que era una verdadera madre, no se había acostado y, desde una balcón de La Herradura, esperaba angustiada el regreso de sus locutores, puesto que la etapa del siguiente día era muy exigente.
Ya en horas muy avanzadas, desorientados por las copas brindadas, el Lito, el Gordo Villarroel y el Gato, buscando el hotel, oyen que desde un balcón alguien les llama, insistiéndoles a que entren pronto. El Lito, el más avispado del grupo, levanta la mirada y observa que era una mujer quien les llamaba; a lo que él, haciendo un gesto morboso, le responde que ya suben y que, cuánto.. La borrachera desapareció, al darse cuenta que esa mujer era doña Leonor, y que el balcón correspondía al hotel que andaban buscando. Todo el siguiente día, no probaron ni un bocado y los reproches de la jefa, fueron permanentes.
En otra vuelta, yo conducía un carrito Chevrolet Amigo (Algunos años dediqué a la dirigencia deportiva y a las transmisiones con Gran Colombia), el que lucía una pancarta que decía: Unidad móvil No. 1. Como casi siempre, la señal no salía, y el compromiso de las cuñas apremiaba. Cuando pasaron los ciclistas por la población de Ventanas, allá en la Costa, doña Leonor dispuso a que fuéramos a una cabina telefónica y, con la nómina de los participantes en la mano, conectados telefónicamente con los estudios centrales en Quito, empezara a narrar con toda la emoción de un carchense viviendo las emociones de su equipo. Qué piques, qué escapadas, alguna caída, varios retrasados….. Todo lo narraba, como si lo estuviera observando, a pesar de que, a lo mejor, ya era una media hora, de lo que por allí pasó el pelotón de competidores. No sabía ya qué decir, y doña Leo, de pie, frente a mí, me insistía a que continuara narrando de memoria, los pormenores de esa interesantísima etapa.
-Allí vemos al Mechudo Gualagán….. regresa a ver…. se asegura su calapiés izquierdo…. se levanta de su sillín, y mandando la de arar al eje, arranca. El pelotón se parte, y el Mechudo se va…. se va en busca de la victoria….!
Estas cosas escuchaban emocionados los fanáticos en Tulcán; y, mis compañeros de la Radio, empezaron a llamarme, el loco de la cabina.
Años de mi vida, primorosamente desperdiciados. Solo el eco y el recuerdo me han quedado: atento,,,,, atento….. atento…… por favor darme un comprendido….!
Un post del Licenciado Delacroix
Definitivamente los Pastusos son de otra nacionalidad……., de la Nación Pupo claro!, me has hecho cagar de la risa.
Yo no me imaginaba que el licenciado ha sido un maestro hasta en la cabina pero definitibamente son cosas que pasan por dar ganando la vida a otros.
No sale contenido cuando hago click en los links de los feeds!
Falsa alarma!
No creo que es tiempo desperdiciado, de todas maneras lo que cuentas es parte de tu historia, y has dejado una huella en ese entorno, te recuerdan mucho por eso y es un legado que tienes para contar a tus nietos y es parte del libro que te piden que escribas.
Tengo el orgullo de ser la hija del “loco de la cabina”, a los ticinco me entero y con esto justifico mis locuras. No ha sido tiempo desperdiciado, siempre que se siembra algo se cosecha.