Dos medallitas de cobre te di,
ponlas muy cerca de tu corazón,
la una es la virgen, mi Guadalupana,
la otra es la imagen de mi madre santa….
El Segundo, porque ningún otro nombre le podía calzar, quedó medio lelo al escuchar el tema que, en ritmo de bolero, lo canta J.J.. Dos medallitas, claro, ese bolerísimo que hace cuatro décadas estaba de moda en la Cara de Dios.
Qué bestia, como si fuera una película en cinemascope, vista en medio de la raquiña del pulguero de la galería del Lemarie, se le presentó la calle Bolívar 213, por más señas haciendo esquina con la Guayaquil; ahí, en la pescadería La Sirena, negocio de un viejo traza de gringo, con barba blanca y boina de paño, negocio que olía a diablos, aunque el Quelal, compañero de clase del Segundo, muy versado en asuntos de mujeres, decía que olía a mundo. Es que ahí , en esa casa ruinas de la Colonia- vivía el Segundito; y, cada vez que llegaba de la U.C., bastante entrada la noche, en la rockola que había en un salón, a continuación del portón de la pescadería, entre pailas de fritada de por lo menos tres días, humo de cigarrillos El Progreso, olor a hervidos de canela y limón, puticas declaradas y de las otras, algún marica con aretes, y una sarta de cargadores y taxistas, se escuchaba la voz del Ruiseñor de América, cantando a todo volumen, el bolero Dos medallitas.
Ese mismo rato, antes de que se terminara la canción, fue a buscar el disco de 45 RPM. Ahí debía estar, en medio de un montón de esas joyas de la música -joyas, porque qué pueden hacer esos discos frente al MP3?-. Y mientras que buscaba el disco, recordaba como, después de la fiesta del grado de bachiller, hacía la maleta para ir a Quito a estudiar aunque su abuela nunca entendió que para profesor había que estudiar-.
Qué cosa… Después de que su padre lo recomendó al valijero de la Flota don Coralito-el Segundo se fue a la capital. Lucía con prosa el poncho nuevo, azul marino, que su madre la había hecho tejer. Hasta ahora recordaba lo calientito que era, pues recién estaba sacado pelo. En una mano llevaba una cajita de madera, con dos mudadas, y, en la otra, una canasta cubierta con una mantel, para que no se volara una gallina, que era el agrado para la señora de la casa donde le iban a dar posada.
Santo Domingo y su pileta; Santo Domingo y la estatua de Sucre ; Santo Domingo y las putas, es lo que más le impresionó al futuro universitario. De pie, frente a la estatua del Abel Americano, no se cansaba de mirarlo y no entendía el por qué tenía la mano estirada, señalando con el dedo a la esquina de la Rocafuerte. Algún versado en historia patria le había informado que Sucre señalaba con el dedo, el lugar donde fue la batalla del Pichincha, aunque el Segundo creía que el gran Mariscal, señalaba la 24 de Mayo, otro lugar de putas, cachineros y borrachos; y así, cuando recién llegó a la capital, imaginaba que todo era una putería.
Al fin encontró el disco Odeon de 45 RPM. En el centro, sobre un fondo casi rojo, estaba el título del bolero: Dos medallitas. Qué deseos de escucharlo… pero, en qué aparato?
Otra vez había que hacer trabajar a la memoria: ¿cómo llegó ese disco a mis manos?, pensaba el Segundo.
¡Ah, ya! Quito, nuevamente. Don César se había comprometido a cuidar una casa, propiedad de unos ricachos, allá en la Floresta. Esos tipos buena familia- se habían ido de vacaciones a Europa; y, hasta su regreso, don César debía ir a dormir todas las noches.
Un día de esos, el dueño de casa del Segundo don Cesitar – dispuso que éste le reemplazara. Bien. Excelente. Ir a dormir solo y en una casa de lujo y allá en la Floresta, lejos de ese olor a mundo y lejos de las broncas de las putas con los taxistas…increíble. Llegó el paisanito universitario a cumplir con su trabajo, no importa que fuera de perro guardián.. Fue llevando un libro de lógica, porque el doctor Carrillo le tenía pisado el poncho, y eso que nunca se lo puso en Quito, el azul marino.
¡Qué brutalidad! ¿Así viven los ricos?, pensó. Al entrar, en vez de ese hedor a peje de su casa, olía a perfume francés. Las cortinas, las camas, los muebles… todo era bellísimo, comparado con la cueva donde él vivía. Le impresionó un televisor. Le impresionó una ducha para agua caliente, por eso, casi a media noche se bañó largo, cerrando los ojos, pensando que él, miserable estudiante, cada ocho días se bañaba en la piscina del Sena, allá cerca al Machángara. Después, ni pensar que iba a dormir donde don César le había indicado una huachimanía con colchón al suelo- si tenía a su disposición el lecho calientito y mullido de esa casota de la Floresta ; y, antes de meterse a la cama, observó una radiola, con radio Telefunken, ojo mágico , y tocadiscos New Yorker Algo novedoso para el pobre Segundo. Lo prendió y comenzó a colocar discos. Su dicha fue total cuando allí estaba la canción de moda, su canción: Dos medallitas. La escuchó repetidas veces y, como no quería dejar de seguir oyendo el bolero de J.J, se lo guardó para llevárselo a su casa.
Más de cuarenta años y allí tiene a su disco. Es que las cosas no son del dueño, sino del que las necesita.
Agarrado su 45 RPM, a lo mejor pensando en la pescadería, tarareaba la canción, al tiempo que, para sus adentros, se decía: no me robé el disco…. lo rescaté.
Te quiero,
como no ha querido nadie en este mundo……
Un post del Licenciado Delacroix
Esas dos medallitas ? no recuerdo haberlo escuchado ,puede prestàrmelo ? no me suena , y eso que de guagua escuchaba la musica de J. J. cuado pasaba por las cantinas de la alma juca ,la huaqueña ,el eden ….trago , las mochas , el parcero, la caja de fosforos , la Paca Cucalòn ,el sargento araña, el celìn ,el palatino, las lagañosas , ….etc etc ,
04 o PAstuzo