Estar al tanto de la discoteca de moda o pasar cada fin de semana en una bóveda de concreto o material mixto rodeado de las exhalaciones corpóreas de varias decenas de seres humanos que evitan mi libre caminar dentro del lugar mientras la música con su permanente estridencia no suena de fondo sino que llena todo el ambiente impidiendo cualquier tipo de comunicación oral entre personas no ha sido precisamente mi fuerte, pero aún así me gustaba el ambiente de La Mariscal, uno de los puntos en donde se concentraba la vida nocturna de la capital ecuatoriana.
Mi lado voyeurista lo pasaba bien, pocas veces formaba directamente parte de la acción, generalmente me limitaba a observar y absorber. La multinacionalidad y variedad de personajes con los que uno se podía encontrar ayudaba a sobrellevar la rutina de sobrevivir en un punto de la vida en el que posiblemente nunca contemplé estar.
En esa época me tocó el turno de conocer a la mamá de Sinéad. La dama en cuestión era una mujer más cercana a los 30 que a los 20, baja, con lentes de vidrios gruesos y con cabello corto, cortísimo, rapada. Resultó ser una fanática a muerte de Sinéad O’Connor, por eso el nombre de su hija, de aparente corte feminista y para ser franco con síntomas de tener el mate algo tostado y siendo aún más honesto no era exactamente una belleza, pero sí sincera, decente y buena gente.
Por un tiempo prefirió mi local y acudía seguido. Tal vez era porque en otros lugares no la dejaban entrar con el coche en el que llevaba a su hija mientras que yo hasta le ayudaba a subirlo por las gradas que habían en la incómoda, estrecha y mal ubicada puerta de acceso.
La mujer idolatraba a la artista irlandesa, quería ser como ella, deseaba ser ella. Según me contó, hasta estaba escribiendo una biografía de Sinéad O’Connor y necesitaba mi ayuda para conseguir una entrevista telefónica con su ídolo.
Entendí que había intentado llamar varias veces, muchas veces tal vez y por eso la consideraban, con toda razón, una acosadora y era por eso que requería mi complicidad. Marcó el número, empezó a timbrar, me pasó el auricular y sus instrucciones fueron que le diga a la asistente quién era la que seguramente conteste la llamada, que era periodista de Mtv latino y que deseaba concertar una cita telefónica para entrevistar a la O’Connor.
Así lo hice y sólo obtuve una esquiva respuesta en la que me aclaraban que Miss O’Connor no me podía dar ese tipo de concesiones. Para mí fue una respuesta normal para el caso, pero la interesada no la recibió bien, parece que eso fue el golpecito que derrumbó su dominó interior. Desde entonces su fanatismo empezó a transformarse en odio y rencor por aquella a quién llegó a admirar demasiado.
Nunca más escuché de ella hasta que tuve noticias de su hija en el 2023: “Sinéad, una bailarina exótica sudamericana estrella del más exclusivo local de su tipo en Nuevo El Cairo es la más reciente pareja sentimental de Roisin, la hija de la famosa cantante irlandesa Sinéad O’Connor que obtuvo fama a inicios de la última década del siglo XX…” rezaba la noticia en uno de los displays públicos de temas rosa y faranduleros en la terminal.
Mientras aseguraba un asiento en el bus ligero y con un flashback con pretexto de haber escuchado de la O’Connor, no pude evitar recordar esa época, cuando se marcó el inicio del fin de la televisión que terminó su larga agonía hace pocos años. Y como soy un hombre de clichés no pude evitar hacerme la imagen de la mamá de la stripper Sinéad rompiendo una foto de la cantante irlandesa gritando “fight the real enemy”.
Epa! futurología total. Buen post Mr. F.
Eeeeso, ya ves? bacanes te quedan los post. Esa imaginación de mi neguito… ahora ya me hiciste bolas, necesito que me aclares si algo de la historia es verdad jejejeje.
jvv.
…mmm, chch! la venganza es un patillo para disfrutar frío pero no tanto jeje
Que tal la consuegrita!
Esteeeee y noy hay una version mas entendible¿?