Ciento noventa y nueve años después de la batalla de Pichincha me encontraba subiendo justamente hacia la cumbre del Rucu, parte del complejo volcánico que se levanta hacia el occidente de la capital del Ecuador y que, en sus faldas, fue el escenario de la batalla que definió el curso de la independencia de nuestro país.
Ese 24 de mayo, mientras el país presenciaba un cambio de mando que algunos consideraban histórico, estaba llegando poco antes de la Cueva del Oso para coincidir en una parada de descanso: él me había alcanzado, aunque yo venía a un ritmo relativamente bueno, notablemente su ritmo era mejor. Nos saludamos, entablamos conversación, me preguntó mi ruta y luego de decirle que iba por la ruta habitual, por el arenal, me comentó que subiría por el paso de la muerte.
- ¿Qué tan complicada es la ruta por el paso de la muerte para alguien no experto?
- ¿Qué tal eres para escalar?
- Pues he subido por la roca para llegar a la cumbre después del arenal.
- ¿Vértigo?
- Un poco. ¿Crees que pueda subir contigo?
- Vamos. Si ves que el vértigo te gana te regreso por un punto en el que caes de nuevo cerca a la Cueva del Oso.
Y así me encaminé rumbo al paso de la muerte luego de pedirle permiso a la montaña por permitirnos el ascenso y adentrarnos en sus dominios. Fue la primera vez que lo hacía en voz alta.
La roca es fija, no hay piedras sueltas, hay muchas opciones para agarrarte con pies y manos durante el ascenso pero si, como yo, tienes algo de vértigo, debes concentrarte totalmente en cada movimiento que realices para distraerte del miedo y desbalanceo causados por la presencia de los precipicios a tus costados.
Estaba en un punto en que bajar a la Cueva del Oso ya no era una opción, la única salida era seguir subiendo, seguir venciendo mi miedo. La guía y apoyo de aquel compañero de montaña fueron cruciales para avanzar, paso a paso, despacio, asegura, tres puntos de apoyo, tranquilo, sigue, ya falta poco, baja un poco más el pie izquierdo, el derecho acá, vas bien…
Estaba consciente de lo fijo que era la roca y que si definía bien mis tres puntos de apoyo estaría bastante seguro, pero no podía dejar de pensar que si llegaba a resbalarme las probabilidades de salir de ahí en una pieza no eran alentadoras y no podía permitirme el lujo de morir, no ahora, no por mis hijos.
Es curioso cuando la posibilidad de la muerte te golpea pero no a ti sino al miedo de dejar a los tuyos desprotegidos. No es ya el miedo a dejar este plano, a perderte lo que te falte vivir, a sufrir el dolor de salir de este mundo sino el terror de que los tuyos se queden sin el apoyo con el que cuentan.
Pero sobreviví, con la ayuda del guía que el universo ese día me puso en mi ruta. Me vencí, con mis miedos, y llegué a la cumbre sobrepasando el paso de la muerte.
Ha sido la experiencia más intensa que hasta ahora he vivido en la montaña y le agradezco a ella por haberme permitido vivirla, y a Kleber por su guía durante el recorrido.
En la vida, como en la montaña, hay muchos obstáculos que parecerían imposibles ya sea por su complejidad o por tus propios miedos y limitaciones, estos obstáculos se pueden sortear de una mejor manera con la guía y el apoyo precisos. No es malo aceptar que necesitas ayuda.
Enfrenté a mi miedo a las alturas al cruzar por el paso de la muerte, estuve más consciente de mi cuerpo, de mis movimientos, adrenalina a mil.
Tal vez para algunos no sea mayor cosa hacer este cruce, pero para mí fue realmente intenso y me puso de frente conmigo mismo.
¡Gracias Kleber!
¡Gracias Rucu!
Fabián. Felicitaciones por tu conmovedora descripción de los miedos, casi, casi los vivi. Tal vez sea cierto que lo que alguien me dijo: “los extraños siempre te dan los mejores regalos”